lunes, 17 de noviembre de 2008

Mariposa


Mariposa
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El Muñequito


El muñequito
Erika Arlanzón
13 de septiembre de 2008
Desde hace un par de años que no asistes al desfile. Este año igual lo dudaste, pero algo en tu interior te movió fuertemente para desempolvar tu vieja bandera de arcoíris y hacer acto de presencia en el bullicio de esa especie de carnaval. Tus dudas fueron compañía hasta llegar al centro de la ciudad.
Al fin estando ahí, sentiste cierta incomodidad, pero al ver la alegría de los integrantes del carnaval, con sus banderitas, otros, vestidos de mujer, los carros alegóricos, una gran festividad para demostrar el orgullo en esta ciudad.
El nerviosismo fue pasando, te secaste el sudor, sacaste tu bandera, la colocaste como especie de faldón, comenzaste a desfilar. Pasado un buen rato de convivir con los carnavaleros, te sentaste en una banqueta pisoteada por tacones, botudos y cuanta jota te encontraste. Mientras tanto los carros alegóricos iban con el vaivén del ritmo callejero. Uno en especial hipnotizo tu atención, era hermoso lleno de colores, con gente en antifaz, uno que otro disfrazado de sadomasoquista; aunque jamás le hayan puesto un látigo encima, faldas pequeñitas aluzando a un romano contemporáneo, hasta toparte con las vestidas. Eso no fue lo que te sedujo. Tu mirada se centro en un ser hermoso, un hombre sumamente obeso, vestido de blanco con unas enormes alas rosas brillantes en forma de mariposa, llena de detalles y él como si fuera un oso. Pero en su mano derecha portaba coquetamente un pequeño abanico de plumas con el que jugueteaba acariciando su rostro, combinando coquetamente a su vez con su trajecito; mientras a ti te remitía como si fuera un lindo osito, de las épocas cuando coleccionabas juguetes.
Comenzaste a caminar detrás del carro de carnaval, en un momento, cuando este se detuvo, te las ingeniaste para subir. Festejaste, bailaste un buen rato, hasta que lograste entablar conversación con el gordito mariposa. Coquetearon y acordaron que al final irían a la fiesta post-carnaval. En la celebración juguetearon, bailaron, coquetearon aun más. Puesto que la noche andaba por ahí bailando no te fue difícil llevarlo a un sitio de plena oscuridad, ya estando ahí, comenzó el verdadero trabajo. Sacaste tus herramientas, comenzaste a sacarle todo su relleno visceral, hasta dejarlo como un ser inerte, un saco flácido de forma humana, pero era la mitad del trabajo. Tu éxtasis aumentaba por las visualizaciones que recorrían tu mente. Las alas eran perfectas, de muy buen gusto, él… no estaba mal. Después de sacarle todo el relleno visceral, muscular y deshuesarlo. Te diste a la tarea titánica de cargarlo hasta la cajuela y de limpiar tu muladar improvisado, pero eso sí, con la calma necesaria para que todo quedara como espejo de burdel, porque si lo dejabas impecable podrías ser foco de alguna sospecha y eso sería muy poco disfrutable. Pero eliminando esa preocupación, tomaste un pequeño descanso, lo visualizaste en tu mente como el rey de tus juguetes. Sin embargo nunca habias tenido uno tan grande, pachón y peludo. Se te dibujo una pequeña e inocente sonrisa al mirarlo en tu mente. Continúas con el viaje, sabes perfectamente a donde llevarlo.
Ya estando en la fábrica de juguetes (claro, no es una fabrica pomposa. Pero sabes que ahí te harán el mejor trabajo). Después de llenar los formularios engorrosos sobre el tipo de relleno, peso exacto, tipo de suavidad, si cambiaran el traje y todos los detalles, le pides al encargado que te acompañe. Abres la cajuela, ahí está… intacto. El encargado mira con sorpresa y desaprobación el pedido que esta por levantar, pero no le queda de otra, lo pagaste por adelantado, lo miras y él se retira; empiezas a dudar, ¿qué va pasar? Tiemblas, los nervios te afloran evitas que a toda costa el encargado se dé cuenta de tu malestar, te incomoda el solo pensar que las alas o el cuerpo se dañen después de todo tu trayecto. El encargado va por ayuda, ya que es pesado y no quiere maltratarlo, puesto que sabe que eres un cliente leal y mucho de ello depende su trabajo. Un aire de calma te comienza a bañar el cuerpo al ver que el encargado con el ayudante lo tratan como pieza de porcelana, con tal delicadeza como si fuera de ellos mismos.
Lo colocan en el rellenador, pero aun debe de hacer fila, puesto que tienen un par más que rellenar. Tu ansiedad crece, observas como los demás niños salen con sus nuevos juguetes. Pero tú sabes que tienes el mejor, el más grande, acolchonado, pero sobre todo el más realista porque es de carne de verdad. Al fin llega tu momento, lo colocan en el aparato rellenador. Abren los orificios necesarios para colocar unas mangueras que despacharan el relleno necesario. Largo tiempo ha tomado, pero comienza a tener forma tu muñeco de carne y felpa. Lo rellenan hasta quedar suave y apretujable. Le reacomodan el traje y las alas para que quede como nuevo, no puedes esperar más. Lo llevas a casa, con delicadeza lo colocas en la cabecera de tu cama junto a tus otros juguetes. Le acomodas el trajecito y sus alas impecables, le pones la manita con su abanico rosando su pancita y ahí está, sabes que es el gordito vestido de mariposa… el rey de tus juguetes, dudas, decides quitar los demás. Te sientas a contemplar lo lindo que es… para después jugar con él.

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